Era una de esas noches. Una de esas ya contínuas noches. Eran las tres de la mañana y yo todavía no había tenido el valor suficiente de meterme en la cama. Si lo hacía, sabía lo que pasaría... Como ya era de costumbre, un dolor enorme se apoderaría de mí al introducirme en ella y me ahogaría en mil sollozos. Todos hemos tenido de esas noches. Noches en las que sustituimos el sueño por las lágrimas. Noches en las que nosotros somos el centro del mundo y no paramos de acribillarnos a preguntas sin respuestas.
Bien, pues esa, era una de esas noches. Y el miedo seguía apoderándose de mí. No quería meterme dentro. No quería irme a dormir. No quería una muerte lenta a base de preguntas. No podía más. Así pues, decidí plantarme cara a mí misma y darme una buena dosis de valor. Y resumí todo mi dolor en una sola pregunta:
Y sí... sólo necesité aquello para abandonar mi miedo y hacerle frente a la cama.